Mario Diego Rodríguez - 16/12/2025
El año que llega a su fin en Europa occidental está demostrando cómo se puede bascular rápidamente de un estado de “bienestar” a la más cruenta desolación cuando estalla una guerra como es el caso de la guerra de Ucrania. Además, ese ambiente guerrero no ha necesitado mucho tiempo para extenderse a otros sitios, como, por ejemplo, Oriente-Medio, pasando por los múltiples conflictos armados desde el Cáucaso hasta Soudan.
La guerra entre Rusia y Ucrania, esta última apoyada por la OTAN, se perpetua, lo que significa una hecatombe para los dos pueblos. Mas allá de la cifra de los muertos y heridos, son millones de personas en exilio, tanto de un lado como del otro y son las poblaciones quienes están pagando la factura y probablemente aún por mucho tiempo, porque ni a Putin ni a las potencias imperialistas abanderadas por la OTAN, se les ve la voluntad de ponerle un término. Sí, la guerra no solo es un medio para conquistar mercados sino también para hacer negocios reconstruyendo lo que ha sido derruido.
Esto dicho, y desgraciadamente, los conflictos en Europa no son los únicos que deben preocuparnos. Hay muchos otros —sin hablar del de Palestina en el que el Estado de Israel está dispuesto a repetir con los palestinos después de haber masacrado a más de 71.000 de entre ellos, lo que Birmania hizo con los rohingyas instalar a los que lograron salvar su vida en un lugar para convertirlo en un nuevo apartheid— conflictos locales en los que los protagonistas no son pequeños Estados sino potencias disponiendo de medios militares importantes, incluso la bomba atómica, como por ejemplo India y Pakistán a propósito del Cachemira.
Si a esto le añadimos que la rivalidad entre multinacionales de diferentes países quienes quieren dividirse el mundo, con el apoyo de sus aparatos de Estado respectivos, y naturalmente cada una de ellas deseando quedarse con la parte del león, pone en tela de juicio el reparto actual y con más acuidad aún, si piensan que la correlación de fuerzas ha cambiado o que están en condiciones de poder cambiarla.
En cualquier aspecto teniendo que ver con la sociedad, la población no puede confiar ni esperar nada de sus burguesías imperialistas, ni de sus hombres de paja políticos, y menos en estas circunstancias, en las que mediante el rearme y sus generales están preparando la conflagración general y la puesta en cintura de sus poblaciones respectivas. A la clase trabajadora solo le queda como perspectiva la de convertir esa guerra entre los diferentes pueblos en guerra civil contra sus propias burguesías.
Solo el derrocamiento del poder de la burguesía capitalista y la dominación del imperialismo sobre el mundo puede alejar la amenaza de una guerra mundial, garantizar las relaciones fraternales entre los pueblos y crear las condiciones para su colaboración en pro del bien común de la humanidad.
Lo que en principio daría su verdadero sentido a lo que hoy llamamos mundialización, que gracias a los vínculos económicos podrían contribuir a la puesta en común de los medios avanzados en tecnicidad y la riqueza natural que nos ofrece el planeta, basada únicamente en las necesidades de la humanidad y no en los beneficios privados de una parásita minoría.
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